El Palau de la Música Catalana celebró su centenario el pasado día 26 de diciembre en el tradicional concierto de Sant Esteve con la participación del Orfeó Català y, como novedad, del Coro de Cámara del Palau.
El acto se hallaba presidido por Artur Mas y su esposa, Helena Rakosnik; la presidenta del Parlament, Núria de Gispert; el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, y el conseller de Cultura, Ferran Mascarell.
Tal como ya ocurrió el año pasado, el concierto se convirtió en acto de reivindicación independentista, cuando en el momento en que se entonó el himno del Orfeó Català, El Cant de la Senyera, una parte del público y el Coro del Orfeó Català desplegaron numerosas banderas estelades y, sorprendentemente, éste último exhibió dos “Sí” gigantes, en referencia a las preguntas de un referéndum independentista que Artur Mas había anunciado unos días antes.
El éxtasis nacionalista fue absoluto. El Palau se cubrió de estelades, con gritos de “Visca Catalunya lliure” e “In-Inde-independència”. Pero lo ocurrido en el Palau, lejos de llevar a reflexión a los sectores nacionalistas, esa “gesta patriótica” les ha llenado de entusiasmo.
Las imágenes de los nuevos “Fets del Palau de la Música” resultan impropias de una sociedad democrática. Un acto cultural de una entidad pagada con fondos públicos fue convertido, por decisión de unos, en una emboscada de reivindicación política afín al poder.
Esta permanente utilización de las esteladas como elementos icónicos con vocación de progresión geométrica que se está produciendo en Cataluña es propia de una sociedad de tintes totalitarios. Los fines son claros: aturdir más a la ciudadanía, hacer omnipresente la ideología independentista sin dejar espacios libres y no permitir que el estado de presión social y política desfallezca ni un solo momento. La democracia es incompatible con este tipo de escenificaciones y el recurso a este tipo de mecanismos de alienación colectiva y de apropiación del espacio común van en contra de la pluralidad y de la neutralidad política de las instituciones públicas de las sociedades democráticas sanas.
No obstante, el sumatorio del hecho en sí, el lugar en que se produjo y las autoridades presentes es una excelente metáfora del momento político que está viviendo Cataluña.
Sólo unos meses antes, en julio de 2013, el juez que investiga el expolio Palau de la Música cerró el caso concluyendo que Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) se había financiado ilegalmente a través del Palau. La constructora Ferrovial pagó, según el magistrado, un total de 5,1 millones en comisiones ilegales al partido nacionalista a cambio de la adjudicación de obras públicas durante el último Gobierno de Jordi Pujol, en el cual Artur Mas tuvo las máximas responsabilidades: primero como conseller de Política Territorial y Obras Públicas, después de Economía y Hacienda y, finalmente, como conseller en Cap. A su vez, durante ese período, Artur Mas fue el secretario general de CDC, el cargo ejecutivo más importante del partido. En él coincidía la doble condición de miembro relevante del gobierno de la Generalidad y máximo responsable de CDC.
Ferrovial y CDC habían llegado a un “acuerdo” en 1999, que se prolongó un decenio, por el cual se camuflaban como generosas donaciones al Palau lo que, en realidad, eran pagos ilícitos a CDC a cambio disfrutar de una posición ventajosa en la adjudicación de obras. La constructora pagaba una comisión ilegal del 4% del importe de la obra en cuestión, cuyo 2,5% iba a parar a las arcas de CDC, mientras que el porcentaje restante se lo repartían Fèlix Millet y Jordi Montull, como premio a su labor de intermediarios. En total se calcula que se saquearon de Palau de la Música unos 26,5 millones de euros; para entendernos, unos 4.400 millones de pesetas.
Ese dinero llegó a CDC mediante entregas en efectivo, trabajos electorales pagados por el Palau y en forma de donaciones al partido o a la Fundación Trias Fargas, después llamada Fundación Cat-Dem para ocultar su ominoso pasado. El auto judicial concluía que CDC debía responder como partícipe a título lucrativo, por haberse beneficiado de 5,1 millones de euros de forma ilícita, es decir, 848 millones de pesetas.
Lo sorprendente es que en el mes de septiembre de 2013 el Palau de la Música, compareció como perjudicado en la causa en lugar de ejercer la acusación frente a CDC, insólitamente, se negó a acusar al partido de Artur Mas en contra del criterio del propio juez instructor y del fiscal. De esta forma, el Palau de la Música se negó a reclamar nada a CDC a pesar del desfalco multimillonario.
La estampa del concierto del pasado día 26 de diciembre así queda completa. El concierto del Palau de la Música estaba presidido por quien había sido el secretario general de CDC, partido que, según el juez y el fiscal, había expoliado la institución donde se realizaba el concierto y cuyo coro actuaba.
La paradójica Cataluña en la que vivimos hizo que, en lugar de aprovechar la presidencia del máximo responsable del partido que perjudicó gravemente la institución para reprocharle la grave conducta depredadora, el coro del Palau de la Música se unió al aquelarre independentista sacando esteladas que sirvieron, no sólo para pervertir un acto cultural público, sino para convertirlo en acto de adhesión institucional a sus tesis políticas, todo ello con la sonrisa complaciente de Artur Mas y su séquito.
La velada musical de Sant Esteve, lejos de ser recordada por su interés cultural, será recordada como el día en que las esteladas sirvieron para escenificar la Cataluña de la “omertà”; aquella donde, en lugar de exigir responsabilidades, se encubren, se tapan, se disimulan.
Esa estampa debería despertar la conciencia de muchos catalanes para que vieran que este proceso de secesión impulsado por Artur Mas, conduce irremediablemente a una sociedad política de pésima calidad democrática, basada en el silencio cómplice con la corrupción política, donde las instituciones públicas se utilizan para finalidades partidistas y no se exigen responsabilidades, sino que encima sirven para encubrir las vergüenzas de sus responsables.
Artur Mas salió moralmente indemne del Palau de la Música. Las estelades, una vez más, le salvaron la cara. Bella metáfora de la Cataluña del “Estado propio”, cuando el estado propio de la Cataluña que propone el independentismo es vivir y convivir con la corrupción en sus máximas instituciones sin mecanismos de control real, bajo el canto aparentemente unánime de la sociedad civil.
No hay escándalo, ni latrocinio que una buena estelada no pueda tapar.
Publicado 31/12/2014 en Dialogolibre.com